Los Reyes
Por las rendijas de las contraventanas, se cuela una leve claridad, que ha convertido la oscuridad en una penumbra gris.
Me ha despertado un crujir de las tablas del suelo, quejumbrosas al paso de alguien que pisa tratando de evitar inútilmente el ruido.
No me puede asustar el paso de ese fantasma, porque a los fantasmas alojados en mi mente, les tengo perfectamente controlados. Son como de la familia.
Hoy me he despertado recordando, que hace cuarenta y ocho años, cuando los fantasmas aún estaban vivos, distinguí en esta misma habitación, seguramente a esta misma hora, la silueta de una mujer joven, mi tía, que portaba en las manos una bandeja.
Algo me decía que debía de hacerme el dormido, que mis ojos seguirían entreabiertos, para espiar entre las pestañas los movimientos de mi tía por la habitación.
Tina, mi tía, depositó en el poyo de la ventana, esa misma ventana, la bandeja que llevaba en sus manos y salió de la habitación tratando de mirarme y de no hacer ruido, otra vez inútilmente.
La mañana era dulce de dormir, mi cuerpo disfrutaba de ese calor húmedo que solo proporciona el permanecer bajo las mantas, hundido en el colchón de lana y tapado hasta los ojos.
Hoy también seguí los pasos del fantasma en la penumbra, tratando de no hacer crujir las tablas de la realidad. Pero el fantasma se dio cuenta de que los ojos que le miraban, llevan cincuenta y un años desengañando a mi cerebro y se desvaneció.
Cuando aquella mañana me levanté de la cama, grité: Agüelaaaa, Tía Tiiinaaa, en la ventana hay algo.
Todos subieron a mi habitación tratando, con ilusión, de explicarme que unos Reyes Magos regalan cosas a los niños los días seis de enero por la mañana.
En la bandeja había galletas de vainilla, caramelos, polvorones y grande, hermosa, redonda una naranja.
El fantasma me ha despertado, así que, voy a levantarme a tomar un café.
Sobre la mesa de la cocina, la misma cocina de entonces, nuevo, negro, brillante está mi flamante ordenador portátil.
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