La vida en el campo
TEXTO: Ana Isabel Ferreras / alcaldesa de Gradefes, publicado en GENTE DIGITAL
Apuntes de una alcaldesa
El campo siempre se ha caracterizado por el esfuerzo y la dedicación. El trabajo diario con los animales carece de vacaciones retribuidas y licencias de permisos; tiene una generosa dosis vocacional y la ventaja de disfrutar de una relación excelente con la naturaleza.
Antes una familia podía vivir y sacar adelante a sus hijos con una veintena de vacas o con un rebaño de ovejas. Ahora es impensable sobrevivir si no tienes una explotación mucho más grande y realizas inversiones considerables en maquinaria e instalaciones. Las pequeñas granjas familiares hace tiempo están abocadas al fracaso y los que quieren instalarse en los pueblos para vivir de la agricultura o la ganadería, no lo tienen nada fácil. Además de cuantiosas inversiones están las pegas urbanísticas y los requisitos jurídicos. Cierto es que existen las subvenciones, pero parece que no son ni adecuadas ni suficientes para iniciar la aventura de poner un negocio agrícola o ganadero.
La mayor parte de las explotaciones están dirigidas por los miembros de una misma familia. Los jóvenes que quedan al frente son los hijos de estos ganaderos que han decidido sorpresivamente, no buscarse la vida en la ciudad y mantenerse en el negocio familiar. Cada vez son menos, como cada vez son más los que abandonan y cierran la granja porque resulta insostenible. Si quieren sacar provecho tienen que aumentar la inversión, los costes se triplican y los ingresos, con estas sacudidas y vaivenes, cada vez son menores. El precio por litro de leche que le pagan al ganadero es irrisorio comparado con el precio que pagamos en los supermercados por cada tetrabrik. La carne que compramos en los establecimientos la pagamos a unos precios demasiado elevados para lo que percibe el criador, y así en todos y cada uno de los productos que proceden de este sector primario.
Es triste comprobar cómo tantas horas de sudor y esfuerzo se acaban diluyendo en favor de intereses económicos. Es más barato comprarlo fuera o producir grandes cantidades que aminoran la calidad. Por desgracia es la ley de la oferta y la demanda. Mejor comprar productos de otros países que salen más baratos, que es lo que realmente le importa al consumidor a la hora de afrontar los gastos en la cesta de la compra.
Algo no estamos haciendo bien y el sector agrícola necesita todo nuestro apoyo. ¿O acaso hemos olvidado que es básico para nuestra supervivencia? Una reflexión en ese sentido no vendría nada mal para tomar las decisiones adecuadas.
Síguenos en:
Apuntes de una alcaldesa
El campo siempre se ha caracterizado por el esfuerzo y la dedicación. El trabajo diario con los animales carece de vacaciones retribuidas y licencias de permisos; tiene una generosa dosis vocacional y la ventaja de disfrutar de una relación excelente con la naturaleza.
Antes una familia podía vivir y sacar adelante a sus hijos con una veintena de vacas o con un rebaño de ovejas. Ahora es impensable sobrevivir si no tienes una explotación mucho más grande y realizas inversiones considerables en maquinaria e instalaciones. Las pequeñas granjas familiares hace tiempo están abocadas al fracaso y los que quieren instalarse en los pueblos para vivir de la agricultura o la ganadería, no lo tienen nada fácil. Además de cuantiosas inversiones están las pegas urbanísticas y los requisitos jurídicos. Cierto es que existen las subvenciones, pero parece que no son ni adecuadas ni suficientes para iniciar la aventura de poner un negocio agrícola o ganadero.
La mayor parte de las explotaciones están dirigidas por los miembros de una misma familia. Los jóvenes que quedan al frente son los hijos de estos ganaderos que han decidido sorpresivamente, no buscarse la vida en la ciudad y mantenerse en el negocio familiar. Cada vez son menos, como cada vez son más los que abandonan y cierran la granja porque resulta insostenible. Si quieren sacar provecho tienen que aumentar la inversión, los costes se triplican y los ingresos, con estas sacudidas y vaivenes, cada vez son menores. El precio por litro de leche que le pagan al ganadero es irrisorio comparado con el precio que pagamos en los supermercados por cada tetrabrik. La carne que compramos en los establecimientos la pagamos a unos precios demasiado elevados para lo que percibe el criador, y así en todos y cada uno de los productos que proceden de este sector primario.
Es triste comprobar cómo tantas horas de sudor y esfuerzo se acaban diluyendo en favor de intereses económicos. Es más barato comprarlo fuera o producir grandes cantidades que aminoran la calidad. Por desgracia es la ley de la oferta y la demanda. Mejor comprar productos de otros países que salen más baratos, que es lo que realmente le importa al consumidor a la hora de afrontar los gastos en la cesta de la compra.
Algo no estamos haciendo bien y el sector agrícola necesita todo nuestro apoyo. ¿O acaso hemos olvidado que es básico para nuestra supervivencia? Una reflexión en ese sentido no vendría nada mal para tomar las decisiones adecuadas.
Síguenos en:
Comentarios
Publicar un comentario