LA CUEZA...
Cuando los tiempos eran diferentes, en el Valle de La Cueza pacían las ovejas, triscaban las cabras y dormitaban plácidamente al sol las vacas, en los meses ociosos, sin carro del que tirar ni arado con el que arañar la tierra. Entonces se hacía fuego sin incendios, porque el pasto siempre estaba bajo y verde y ningún matojo crecía hasta la altura que alcanzaba el ganado. Algunos pueblos de los actuales, empezaron siendo una reunión de chozas de pastores, a las que después se unió una iglesia y por último se les empezó a matar con un alcalde. El hombre era el hijo de la naturaleza, cuidaba del ganado, limpiaba las fuentes, cantaba las canciones viejas y contaba historias a la luz y el calor del fuego. Mi padre se hizo hombre allí. Cuando cumplió los once años, mal aprendidas las cuatro reglas y las pocas letras, la necesidad familiar le llevó a vivir solo en una caseta pastoril, para guardar la cabaña de mulas de su pueblo. Allí empezó a escuchar los cantos de los pájaros, a disti